Vivir con valores en tiempos de máscaras

Vivimos en una sociedad que con frecuencia privilegia la comodidad individual por encima de la autenticidad y el respeto mutuo. Es una época donde ser sincero, honesto y desinteresado parece casi contracultural. La presión social nos empuja a adoptar una postura, una imagen, un personaje… Uno que sonríe cuando no quiere, que dice “todo bien” cuando por dentro se desmorona, y que finge para encajar.

Esta “plasticidad social” puede parecer útil, incluso necesaria, pero tiene un costo emocional alto. Fingir constantemente es agotador. Ocultarnos tras una máscara nos aleja de nuestra propia esencia y nos impide conectar genuinamente con los demás.

En Aceptación y Compromiso (ACT), hablamos de actuar en función de nuestros valores. No se trata de una lista rígida de “cosas buenas que hay que hacer”, sino de aquellas direcciones vitales que dan sentido a nuestra existencia. Los valores son brújulas internas, no metas externas. Nos dicen cómo queremos vivir, no qué queremos lograr.

Cuando actuamos desde nuestros valores, la vida se vuelve más coherente, más significativa, aunque no necesariamente más fácil. Porque ser fiel a uno mismo puede implicar incomodidad, exposición, vulnerabilidad. Pero es precisamente en esa incomodidad donde ocurre el crecimiento.

La otra cara de los valores, de la que poco se habla, es su dimensión existencial. ¿Qué sentido tiene todo esto si no estoy viviendo según lo que realmente me importa? ¿Para quién estoy actuando? ¿Qué estoy sacrificando al traicionar mis principios?

Volver a lo esencial es un acto de valentía. Es elegir la sinceridad por encima del aplauso, la presencia por encima de la apariencia, y el compromiso por encima de la conveniencia. En ese regreso a lo auténtico, no solo nos reencontramos con nosotros mismos, sino que también estamos mejor preparados para acompañar y aportar a otros.



Para ti futuro psicólogo:

Si te detuviste a leer, te dejo mi reflexión sobre lo que significó este viaje llamado carrera universitaria.

Ser psicólogo será al principio, una idea cargada de ilusión: querer ayudar a las personas, escucharlas, comprenderlas, ser un puente entre el sufrimiento y la sanación. Con el tiempo descubrirás que esta profesión es mucho más compleja y más profunda de lo que imaginabas.

Llegarás esperando encontrar respuestas, y conforme avances descubrirás más preguntas. Preguntas más ricas, más elaboradas, más necesarias. Cumplirás la expectativa de formarte en una disciplina que te apasiona, pero no esperabas encontrarte con tantos desafíos internos: confrontarte con tus creencias, tus límites emocionales, tus inseguridades.

Cada ser humano es un mundo. No hay fórmulas mágicas, ni recetas universales. Detrás de cada síntoma hay una historia, un contexto, una subjetividad única. La escucha activa no es simplemente oír, sino acoger al otro con presencia y sin juicio. Tolerar la incertidumbre, caminar sin certezas absolutas, y aún así avanzar.

Entender que la técnica sin ética es vacía, y que la ética sin conocimiento puede ser peligrosa. La construcción no termina con la graduación. Ser psicólogo es tener claro que trabajamos con vidas, con dolores reales, con vulnerabilidades que merecen respeto, sensibilidad y responsabilidad.

Encontrarás materias y contenidos que serán luces en el camino, otras parecerán lejanas o incluso obsoletas. Pero incluso en lo que parecerá innecesario encontrarás algún aprendizaje: si no del contenido, al menos del método o de la actitud del docente.

Tus prácticas serán un punto de inflexión. Salir del aula y entrar a un hospital, a una escuela, a una oficina, será como cambiar de idioma. De pronto, el saber teórico tendrá que adaptarse al ritmo de la vida real. Largas jornadas de evaluación, informes, observaciones clínicas, y sobre todo el golpe emocional de mirar el sufrimiento de frente. Nada te prepara del todo para eso. Pero ahí, en ese contacto directo, entenderás el verdadero peso y valor de esta profesión.

Te convertirás (si ya no lo eres) en un lector voraz. A lo largo de la carrera, pasarás por cantidades inmensas de teoría, algunas veces abrumadoras, pero necesarias, aplicar instrumentos estandarizados, calificar, corregir, estructurar entrevistas de todo tipo, encontrar diagnósticos (aunque nunca fui muy cercano a elllos, comprendo el por qué de su existencia). Aprenderás que no basta con leer, hay que apropiarse de esa literatura, pensarla, cuestionarla, escribir desde ella. Ser capaz de redactar un informe, un estudio de caso, o una reflexión crítica, requiere más que buena redacción; exige comprensión profunda, pensamiento estructurado y sensibilidad. De pronto, te verás tratando de pensar como un científico —plantear hipótesis, sostener argumentos, observar patrones—, aunque sin ser necesariamente uno en el sentido tradicional. La psicología exige esa capacidad de análisis, pero también la humildad de saber que detrás de los datos hay vidas.

Te verás en la necesidad de llevar tu propio proceso terapéutico. Estar del otro lado del escritorio será revelador: te permitirá reconocer tus propias heridas, tus mecanismos, tus sombras. No para eliminarlas, sino para comprenderlas y no proyectarlas en el trabajo. Hacer terapia siendo estudiante de psicología es un acto de responsabilidad, pero también de profundo crecimiento personal. Confirmarás que no se puede acompañar a otros hacia lugares donde uno mismo no ha estado. Cuidar tu estabilidad emocional no es un lujo, es una necesidad ética y profesional.

Ser psicólogo es más que ayudar. Es investigar, prevenir, acompañar, intervenir, denunciar cuando es necesario, y sostener procesos. Es también ser un investigador, frío y metódico cuando se requiere, pero sin perder nunca el componente humano. Es sostener un equilibrio entre la objetividad y la empatía, entre el rigor y la sensibilidad.

Cada psicólogo va construyendo su camino. En mi caso, fui encontrando un enfoque que se alinea con mi forma de ver el mundo, uno que integra lo científico con lo humano, lo empírico con lo ético, lo técnico con lo compasivo y en la aceptación y compromiso de corte conductual encontré mi lugar.

Te sentirás profundamente agradecido: con docentes, compañeros, profesionales que te guiaron, y sobre todo con las personas que confiaron en ti durante aquellos años de formación. Cada uno de ellos dejará una marca.

Y desde luego, un profundo compromiso, el de seguir formándote, seguir cuestionándote, seguir creciendo. Porque la psicología no se detiene en el título. Apenas comienza.

Bueno es solo una apreciación desde mi experiencia... un texto largo, algo desorganizado, pero escrito con una alta carga emocional, desde el corazón.



Foto: una caricatura de un Cristian más joven, con cabello largo y muchas preguntas en la mochila. Así empezó este viaje.

El amor no confunde, aclara

 Muchas veces escuchamos historias que, aunque únicas en su forma, comparten un fondo común: la confusión emocional ante conductas ambiguas en relaciones afectivas. Una persona puede llegar con preguntas llenas de angustia: "¿Y si el problema soy yo?"

Estas dudas no nacen del capricho, sino del dolor. Del deseo legítimo de ser visto, valorado y respetado. Y es en este punto donde una frase sencilla puede resonar profundamente: el amor no confunde, aclara.

 No existen reglas sobre cómo deben ser las relaciones, sino invitar a que cada persona se conecte con sus propios valores. El amor, cuando se vive desde la autenticidad y el compromiso, no genera una constante duda sobre lo que se espera o se permite. No se vive como un rompecabezas emocional, sino como una experiencia en la que, aunque pueda haber dificultades, las acciones de ambas personas tienden a crear claridad y seguridad.

 Cuando alguien siente que su malestar es minimizado, que se le exige tolerancia hacia actos que le duelen, o que debe adaptarse a dinámicas donde el respeto se vuelve negociable, la pregunta que puede ayudarnos a orientarnos no es “¿Estoy exagerando?”, sino: “¿Estoy siendo fiel a lo que valoro?”

 Reconocer nuestras emociones difíciles —como los celos, la inseguridad o la tristeza— sin dejar que ellas tomen el timón. Pero tampoco nos llama a ignorarlas. Nos llama a actuar con coraje, desde nuestros valores, incluso cuando eso signifique poner límites, expresar una necesidad, o tomar decisiones difíciles.

 El respeto, la coherencia y la reciprocidad no deberían sentirse como un lujo. No son señales de debilidad pedirlas, sino actos de amor propio. Y si una relación constantemente deja más dudas que certezas, más ansiedad que serenidad, entonces quizá no estamos en presencia de amor, sino de apego, miedo o dependencia.

El amor —cuando es amor en su forma más saludable— aclara. No porque sea perfecto, sino porque no se esconde ni se contradice a cada paso.


"Sanar al niño interior"

 


En tiempos recientes, hemos visto crecer una tendencia: mirar hacia atrás, escarbar en la infancia, buscar allí las raíces del dolor y, con suerte, encontrar también la cura. Bajo esa premisa, surge con fuerza la idea de "sanar al niño interior", un concepto que, aunque poético y cargado de buenas intenciones, merece ser examinado con cuidado.

Como profesional que trabaja desde un enfoque conductual, basado en la aceptación y el compromiso, no puedo evitar preguntarme si al centrarnos tanto en ese niño —esa figura simbólica del pasado— no corremos el riesgo de olvidar al adulto que hoy respira, siente y vive. Porque sanar no siempre significa volver atrás. A veces, sanar es aprender a quedarse. En el cuerpo. En el presente. En este instante que, aunque imperfecto, es el único lugar donde podemos actuar.

No se trata de negar la influencia de la historia personal. Claro que lo que vivimos nos forma. Pero no estamos condenados a repetir guiones antiguos como si fueran inevitables. El pasado puede ser el suelo desde el cual crecer, no la prisión desde la cual observar la vida a través de barrotes emocionales.

En terapia no se busca al niño perdido. Buscamos al adulto que hoy puede tomar decisiones distintas, que puede relacionarse de otra forma con sus pensamientos, que puede abrirse al dolor sin quedar atrapado en él. Acompañamos a la persona a dejar de luchar contra lo que siente, para empezar a vivir de una manera más alineada con lo que realmente importa.

A veces, el verdadero acto de amor hacia ese niño que fuimos es comprometernos con la vida que estamos construyendo hoy. Darle sentido a lo que hacemos, aunque aún duela. Aunque no haya cicatrices cerradas del todo. Porque no todo dolor necesita desaparecer para que podamos avanzar.

Si algo de esto resuena contigo, si sientes que estás listo para dejar de buscar la versión "completa" de ti mismo y empezar a vivir como estás —con todo lo que hay—, quizá sea momento de acompañarte en ese camino.

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Sobre nuestro logotipo

 


Nuestro logo está inspirado en el símbolo de la psicología (Ψ), representación del conocimiento científico, el rigor ético y la profundidad filosófica que sustentan nuestra labor, pero también del componente humano, empático y compasivo que da vida a cada encuentro terapéutico. Dibujado en estilo manual con bolígrafo, transmite la calidez de un trato auténtico, cercano y libre de prejuicios. A partir del símbolo nace un árbol, emblema de crecimiento, florecimiento y resiliencia, que evoca la capacidad del ser humano para transformarse, sanar y dar fruto incluso en medio de la adversidad, con la fuerza serena y persistente de la naturaleza. La base del diseño toma la forma del mango de una sombrilla, símbolo de protección y refugio emocional, representando ese lugar seguro desde el cual acompañamos con respeto, contención y cuidado. Todo este significado se encarna en nuestro enfoque conductual y de aceptación y compromiso, que impulsa a cada persona a abrirse a su experiencia, reconectar con sus valores y avanzar hacia una vida plena y con sentido. Finalmente, la frase "Érase una vez" no es solo una metáfora narrativa, sino una declaración de libertad: aquí, cada persona tiene el derecho y la oportunidad de escribir su propia historia, con autenticidad, presencia y dignidad.


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Erase una vez


 

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En este espacio encontrarás un lugar seguro, donde podrás hablar con honestidad y libertad, sin juicios ni comparaciones. Cada sesión se lleva a cabo con el mayor respeto a tu historia, bajo un marco de ética profesional y confidencialidad absoluta.

El acompañamiento no se basa solo en la escucha activa, sino en la comprensión estructurada de tu caso, para ofrecerte un abordaje psicológico que se ajuste a tus necesidades personales. Trabajamos con un enfoque conductual respaldado por evidencia científica, fundamentado en la Aceptación y Compromiso: una propuesta terapéutica que promueve la apertura a tus experiencias internas, el fortalecimiento de tu identidad y el compromiso con una vida guiada por tus valores.

Sesiones tanto presenciales en Ibarra, Ecuador, como online, para tu comodidad y accesibilidad.

Ofrecemos acompañamiento psicológico para adolescentes y adultos en distintos momentos de la vida. Atendemos una amplia variedad de necesidades emocionales y personales, como el manejo del estrés, la ansiedad, la depresión, así como procesos de duelo, rupturas afectivas y autoestima. También trabajamos en dependencias emocionales, conflictos de pareja, y desafíos relacionados con el rendimiento y la salud mental en deportistas. Facilitamos el desarrollo de habilidades personales, la toma de decisiones y el crecimiento desde la conciencia y los valores. Complementamos nuestro acompañamiento con psicoeducación y acceso a una biblioteca psicológica diseñada para apoyar tu proceso con información confiable y cercana.


Aquí empieza tu historia de sanación, con calidez, cuidado y libertad de ser.


Cristian Amaya Enríquez

Psicólogo

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Ejercicios de estimulación Cognitiva 1,2,3,4

 

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