Siempre he pensado que me convertí en padre desde el mismo instante en que tu madre y yo decidimos tenerte. No fue el día de tu nacimiento ni el momento en que te cargué por primera vez —aunque esa escena quedó grabada con fuego en mi alma—. La paternidad comenzó con una decisión, un acto de responsabilidad afectiva. Y al tomarte en brazos, firmamos sin palabras un contrato sagrado que no se disolverá jamás.
Ser papá ha sido, sin lugar a dudas, la experiencia más
emocionalmente intensa y transformadora de mi vida. La psicología conductual
nos habla del poder que tienen los reforzadores naturales —aquellos estímulos
que, sin necesidad de premios artificiales, nos motivan de forma pura—. Tú
eres, sin duda, el reforzador más potente que la vida me ha regalado.
Soy padre de un niño, un pequeño “mini yo” que me observa,
me imita, me busca con ternura, y me desafía —sin saberlo— a ser mejor cada
día. En su mirada hay una solicitud constante de guía, de aprobación, de
compañía. Y en ese vínculo he encontrado un espejo que refleja no solo lo que
soy, sino lo que deseo llegar a ser.
Hubo una etapa de mi vida marcada por la tristeza, donde
sentía que no tenía un lugar en este mundo, ni un rol trascendente que me
permitiera dejar huella. Todo parecía insatisfactorio. Lo intentaba, pero
siempre me parecía insuficiente. Y entonces llegaste tú. Con tu sola
existencia, me diste un norte. Encontré mi lugar. Ya sé quién soy: soy padre.
Nunca fui una persona particularmente gregaria o
extrovertida. Lo normal, algo introvertido quizá. Pero la experiencia de la
paternidad cambió algo en mí: despertó el anhelo profundo de cuidar, de
permanecer, de amar sin condiciones ni medidas. De estar para alguien, con
total presencia y entrega.
Desde entonces, me he propuesto una meta clara: ser una
figura lo más posible coherente y ejemplar. No perfecta, pero sí auténtica.
Vivir con valores, encarnarlos. Mostrarte con el ejemplo lo que significa la
responsabilidad, el respeto, la compasión, la honestidad, el coraje, la
gratitud.
También quiero pasarte mis “secretitos”, esos aprendizajes
que dolieron, que me costaron, pero que con los años se volvieron sabiduría
limpia. Esos que se ganan con errores, que te transforman, y que ahora están
listos para ser compartidos contigo.
Y más que darte cosas, quiero darte tiempo. Porque el tiempo
compartido es el verdadero capital de la paternidad. Crear recuerdos. Dejar
vivencias imborrables que un día, cuando yo ya no esté, te sigan acompañando
con ternura. Regalarte independencia, pensamiento crítico, amor por la lectura,
por la exploración, por lo esencial. Que busques la inmortalidad desde lo
simbólico, pero sin perder la humanidad, la humildad ni la belleza de lo simple
y natural.
Que sepas amar sin depender. Que entiendas que tu equilibrio
emocional no debe estar atado a nada ni a nadie, ni siquiera a mí. Que
construyas vínculos desde la libertad y la elección, no desde la carencia ni el
miedo.
Tu crianza es para mí un trabajo de tiempo completo, un
oficio que me tomo con más seriedad que cualquier otro en la vida. Pero al
mismo tiempo, es lo que más me llena, lo que más me divierte, lo que más me
conecta con mi esencia. Una tarea que repetiría mil veces, en mil vidas, en mil
contextos distintos, solo con que tú estés en ellas.
Verte crecer ha sido como observar una sinfonía en constante
construcción. Verte equivocarte y levantarte. Verte tomar decisiones propias.
Verte tener ideas distintas a las mías. Verte ser tú, con tu luz. Todo eso es
un privilegio que la vida me concedió.
Y sí, siento nostalgia. Tus pasos son cada vez más largos.
Un día serán tan firmes que te alejarán de mí. Pero también sé que esos pasos
te abrirán las puertas del mundo. Y ahí estaré: primero a tu lado, luego un par
de pasos detrás, hasta donde me dejes.
Gracias por darme el honor de ser tu papá. Gracias por
mostrarme que el amor puede ser un motor silencioso pero poderoso. Gracias por
enseñarme que la vida tiene sentido cuando se vive para alguien a quien uno
desea ver libre, pleno y feliz.
La paternidad es un proceso continuo de amor, aprendizaje y
entrega. Es un acto valiente, profundamente humano, lleno de imperfecciones y
belleza. Y si alguna vez dudas de quién eres, recuerda que fuiste mi brújula
cuando yo más lo necesitaba.